Mateo 10, 1-16
20 1Porque el reinado de Dios se parece a un propietario que salió al amanecer a contratar jornaleros para su viña. 2Después de ajustarse con ellos el jornal de costumbre, los mandó a la viña. 3Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4y les dijo:
-Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo que sea justo.
5Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. 6Saliendo a última hora, encontró a otros parados y les dijo:
-¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?
7Le respondieron:
-Nadie nos ha contratado.
Él les dijo:
-Id también vosotros a la viña.
8Caída la tarde, dijo el dueño de la viña a su encargado:
-Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.
9Llegaron los de la última hora y cobraron cada uno el jornal entero. 10Al llegar los primeros pensaban que les darían más, pero también ellos cobraron el mismo jornal por cabeza. 11Al recibirlo se pusieron a protestar contra el propietario:
12 Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso, del día y el bochorno.
13E1 repuso a uno de ellos:
-Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en ese jornal? 14Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti. 15¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo mío?, ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?
16Así es como los últimos serán primeros y los primeros últimos.
COMENTARIOS
I
CONTRATADOS A ULTIMA HORA
Tiempos de paro y desempleo, aquellos también. Grandes latifundios. Pobres de solemnidad, las dos terceras partes de un país que "manaba leche y miel", como rezaba el eslogan propagandístico desde tiempos de Josué. Miseria legalizada. En la plaza del pueblo -hoy oficinas de Empleo- se arremolinaban los hombres esperando un contrato de trabajo. El capital -como siempre- en manos de los menos; como resultado, miseria y pobreza era la experiencia dolorosa de los más.
Este es el marco social de la parábola de los contratados a la viña. Si los hombres le pusiéramos título, la llamaríamos "injusticia divina"; si Dios," generosidad sin límites". Pero recordemos la historia.
"El reino de los cielos se parece -decía Jesús- a un propietario que salió al amanecer a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada -salario mínimo- los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vió a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: Id también a mi viña y os pagaré lo debido". Y así durante el día varias veces más hasta una hora antes de terminar la jornada laboral.
Al ir a cobrar por la tarde, el capataz pagó a todos lo mismo. Los contratados a primera hora protestaron ante lo que consideraban una grave injusticia. Pero el amo -Dios- se despachó con esta respuesta: "Amigo, no te hago injusticia. ¿No ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti, ¿es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O ves tú con malos ojos que yo sea generoso? Así es como los últimos serán los primeros y los primeros, últimos".
Si hacemos una lectura religiosa e histórica de la parábola dinamos que "los primeros" -los judíos- no tienen más derecho por haber sido desde el principio destinatarios del mensaje de Jesús que "los últimos" -los paganos- que no eran herederos natos de las promesas divinas otorgadas al pueblo de Israel. El derecho a disfrutar de la salvación no lo da la pertenencia de siempre a una raza, religión o pueblo, sino la fidelidad en responder a la llamada de Dios, independiente de la hora de la vida en que ésta se reciba.
Haciendo una lectura social de la parábola concluimos que todos tienen derecho a vivir -salario mínimo-, quienes ya tienen su puesto en la mesa de la vida desde primera hora -los instalados- y quienes han llegado tarde a la mesa de la sociedad de consumo en crisis -los parados, los marginados-. El mínimo vital no se le puede negar a nadie. A éste, todos tienen derecho. La solución no está en subir el salario mínimo -que también- sino en bajar el máximo, estableciendo unos vasos comunicantes de solidaridad humana que igualen a todos.
Una humanidad, basada en unas normas de justicia, promulgadas desde arriba -los instalados- no nos vale. ¿Qué es lo justo y lo legal en un mundo donde muchos no tienen lo necesario y vital, y otros derrochan lo que fraudulentamente (legalmente) llaman suyo?
Los hombres corremos el peligro de llamar injusticia al comportamiento de Dios, a ese modo de actuar que Dios mismo llama generosidad, y que tiene por resultado igualar, hermanar a los humanos en el derecho fundamental. el derecho a la salvación. Y la salvación comienza por la liberación del hombre de la miseria, la pobreza, la opresión y la injusticia hasta llegar a crear un mundo nuevo y una nueva tierra donde no haya ni llanto ni luto ni dolor... Es hora de que los últimos, los marginados, los parados, los pobres de la tierra, ocupen el puesto que le han usurpado los de siempre. Dios lo quiere.
II
LA JUSTICIA DE DIOS
Nos hemos empeñado en hacer un Dios a nuestra medida, -pero... Dios se resiste a que lo empequeñezcamos intentando asemejarlo a los grandes de este mundo. Su justicia nunca es neutral: siempre está de la parte de los pobres, de los débiles, de los que no pueden defenderse por sí mismos, de los que no tienen derechos porque no tienen fuerza para defenderlos.
COMPETITIVIDAD
La vida se nos presenta, a los que vivimos en los países occidentales, como una continua competición en la que sólo unos pocos triunfan. Ya no se trata de vivir con dignidad; lo que importa es ser los mejores, llegar los primeros, subir más arriba que nadie... Desde la escuela -«el primero de la clase»- hasta las cosas más domésticas -«la ropa más blanca que la de la vecina»-, vivir significa competir.
Y eso tiene una consecuencia: nos sentimos competidores unos de otros. Porque el primero sólo puede ser uno, uno sólo puede ser considerado el mejor, son pocos los puestos de los triunfadores; y así, todos los que luchan por el mismo puesto, luchan entre sí. Y luchando unos contra otros, y haciéndolo además en solitario, no es posible vivir como hermanos.
Y ha penetrado tan hondo en nosotros este modo de pensar, que incluso los que estamos acostumbrados a leer el evangelio tenemos dificultades pata aceptar como justo que gane lo mismo el que ha trabajado sólo un par de horas que quien ha pasado el día entero en el tajo. [Está claro que de lo que se trata en la parábola es de igualar por arriba, pagando el salario completo a todos. Y está claro que los últimos que se incorporaron al tajo no habían ido antes porque no los habían llamado. Nada se quitó a los que empezaron primero; tampoco se premió a los vagos.]
«... SEGUN SUS NECESIDADES»
Jesús de Nazaret, que viene a enseñarnos a vivir como hermanos, propone como uno de los componentes esenciales de su mensaje la idea de la igualdad radical entre los hombres y la exigencia para sus seguidores de construir una sociedad de iguales. Bastaría leer algunos párrafos del evangelio de Mateo para hacer desaparecer la más pequeña duda: «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar 'señor mío', pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; y no os llamaréis 'padre' unos a otros en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo) el del cielo; tampoco dejaréis que os llamen 'directores', porque vuestro director es uno solo, el Mesías» (23,8-10). Y esta igualdad radical en lo que a dignidad se refiere tiene su aspecto económico perfectamente explicado en el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común: vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno» (2,44-45). «Nadie consideraba suyo nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común... entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno» (4,32-35). Así de claro.
NI ULTIMOS NI PRIMEROS
«Todos, aunque sean primeros, serán últimos, y aunque sean últimos, serán primeros».
«Así es como los últimos serán primeros y los primeros últimos».
El sentido de la parábola (la de aquel hombre que fue llamando jornaleros a su viña durante todo el día y, a la hora de pagar, entregó a todos el mismo salario, el salario completo, sin hacer distinción entre los que habían llegado a primera hora y los que habían llegado al atardecer) queda claramente resumido en las dos frases que la enmarcan: en el grupo formado por los que tienen a Dios por Rey (Mt 5,3.10), en el mundo organizado al gusto del Padre, no habrá ni primeros ni últimos, todos serán iguales en dignidad y en derechos. No se concederán ventajas ni dignidades al que realice un trabajo considerado más importante, ni al que tenga más capacidad, ni al que haya llegado antes... Ese grupo ha de ser una comunidad de hermanos, de iguales, con un solo Padre, un solo Señor y un solo Maestro (Mt 23,8ss). En ese grupo cada uno aportará según sus posibilidades («Otros cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta»: Mt 13,8.23) y recibirá en todo, hasta en vida eterna, según sus necesidades, esto es, todos lo mismo. Y ese grupo ha de ser una muestra de lo que Dios quiere para todo el mundo.
Muchos cristianos han intentado a lo largo de la historia poner en práctica este ideal. Al menos desde el siglo IV, todos o casi todos los que lo hicieron tuvieron problemas. Muchos de ellos se vieron acusados de herejía, o de no amar a la jerarquía de la Iglesia, o de no respetar la ley natural, según la cual, decían, la propiedad privada es un derecho inviolable. Hoy, a los que defienden un sistema económico en el que cada cual obtenga lo necesario para satisfacer sus necesidades con dignidad se les acusa de ser marxistas (cierto que es un principio fundamental de la teoría marxista eso de que cada cual debe trabajar según sus posibilidades y recibir según sus necesidades, pero los Hechos de los Apóstoles se escribieron dieciocho siglos antes que El capital). ¿No estarán indicando todos estos conflictos que aún no hemos comprendido cuál es la justicia de Dios?
III
v. 1: Porque el reinado de Dios se parece a un propietario que salió al amanecer a contratar jornaleros para su viña.
La viña era símbolo del pueblo de Dios, antes Israel (cf. Is 5,7; Sal 80,9s.15s); ahora lo es del nuevo pueblo de Dios, la humanidad entera (cf. 21,41). La parábola ilustra el principio expuesto en 19,30: la cantidad o calidad del trabajo o del servicio, la antigüedad, las diversas funciones en la comunidad, el mayor rendimiento no crean situación de privilegio ni son fuente de mérito (el mismo jornal para todos), pues este servicio es respuesta a un llamamiento gratuito. El sentimiento del propio mérito produce descontento y división (vv. 11s.15). El llamamiento gratuito espera una respuesta desinteresada. En otras palabras: el trabajo, que es la vida en acción, no se vende: sería prostituirlo; no nace del deseo de recompensa, sino de la espontánea voluntad de servicio a los demás (5,7.9). No se trabaja para crear desigualdad, sino para procurar la igualdad entre los hombres, y ésta debe ser patente en la comunidad.
v. 2: Después de ajustarse con ellos el jornal de costumbre, los mandó a la viña.
«El jornal de costumbre»: lit. «un denario cada día», jornal ordinario de un trabajador en aquel tiempo. En la parábola, la cuantía no es significativa, lo que importa es la igualdad de jornal para todos. Nótese que la menor cantidad de trabajo no se debe a negligencia, sino a la hora de la llamada.
vv. 3-14: Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4y les dijo: -Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo que sea justo.5Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. 6Saliendo a última hora, encontró a otros parados y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? 7Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. Él les dijo: -Id también vosotros a la viña. 8Caída la tarde, dijo el dueño de la viña a su encargado: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. 9Llegaron los de la última hora y cobraron cada uno el jornal entero. 10Al llegar los primeros pensaban que les darían más, pero también ellos cobraron el mismo jornal por cabeza. 11Al recibirlo se pusieron a protestar contra el propietario: 12 Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso, del día y el bochorno. 13El repuso a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en ese jornal? 14Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti.
«A media mañana»: lit. «alrededor de la tercera hora», es decir, «a eso de las tres». El mundo antiguo dividía el día en doce horas de luz (salida a puesta del sol) y doce de noche (puesta a salida). En consecuencia, la longitud de las horas variaba según las estaciones: más cortas las del día en invierno y más largas en verano. «Las tres» = «media mañana / hacia las nueve» en nuestro cómputo; paralelamente, v. 5 «a mediodía» (gr. «hacia las seis»), «a media tarde» (gr. «hacia las nueve»), y v. 6 «a última hora» (gr. «hacia las once»).
v. 15: ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo mío?, ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?
«Ves tú con malos ojos»: lit. «el ojo tuyo malvado es». «Ojo malvado» es un semitismo que significa envidia, tacañería (cf. 6,22). El modismo castellano enlaza con el primer significado.
v. 16: Así es como los últimos serán primeros y los primeros últimos.
«Los primeros»: el colofón repite (cf. 19,30) la clave de lectura de la parábola, la igualdad en el reino de Dios (= comunidad cristiana).
La respuesta positiva de los que aceptan trabajar en la viña, que significa la dedicación al servicio del hombre, equivale al seguimiento de Jesús. El don que a todos se da es el Espíritu, en paralelo con lo sucedido con Jesús en el bautismo (3,16). Los momentos sucesivos de la llamada pueden indicar también la entrada de los paganos en la iglesia. Los israelitas, llamados en primer lugar, no pueden considerarse superiores a los nuevos miembros de la comunidad.
IV
La gracia y la misericordia de Dios se contrapone a la mentalidad religiosa judía de los tiempos de Jesús. Frente a la teología del mérito del sistema religioso se opone la teología de la gracia predicada por Jesús. Desde esta perspectiva, la salvación no se alcanza solamente por méritos propios sino por la misericordia de Dios que nos la concede a pesar de que no la merezcamos.
El texto del segundo Isaías centra su actividad profética en el tema de la consolación del pueblo desterrado. Pero el destierro fue por la desobediencia del pueblo y de sus dirigentes que se apartaron de Dios y quebrantaron la alianza. Sin embargo, Dios no abandona a su pueblo. Si el pueblo es infiel a la alianza, Dios permanece siempre fiel. Los caminos del Señor son muy distintos de los caminos humanos. El profeta insiste en la invitación a buscar al Señor. Hace un llamado a la conversión y al arrepentimiento porque Dios es Clemente y misericordioso y siempre está dispuesto al perdón. Los planes de Dios no son tan limitados y mezquinos como los de nosotros.
Pablo, en la carta a los Filipenses, plantea una seria disyuntiva: o morir para estar con Cristo o quedarse en medio de ellos para ayudarles en sus dificultades. Pablo, prisionero por Cristo, presiente que sus días ya están llegando a su fin. Perseguido, calumniado, encarcelado, azotado y despreciado de muchos ha vivido en su propia persona la pasión de su Señor. Consecuente con su predicación, si se ha esforzado por vivir el evangelio de Jesús, entonces es normal que corra la misma suerte que su maestro. Pero también tiene la plena convicción de participar de la gloria de la resurrección. Tanto su vida como su muerte está en función de Cristo. Si está vivo es para seguir anunciando el evangelio, si muere es para entrar en la plena comunión de los justificados por El. Así las cosas, Pablo siente que su misión ha llegado a su fin. Como Jesús, puede decir todo está cumplido. Pero a Pablo le queda la gran preocupación de la fragilidad de las comunidades, cuya fe está fuertemente amenazada por el ambiente cultural y religioso de las colonias del Imperio.
En la parábola de los trabajadores descontentos con la paga se refleja el modo de actuar de Dios contrario a nuestra mentalidad utilitarista. El contexto de la parábola debió se la controversia de Jesús con las autoridades judías por su continua relación con personas de dudosa reputación como publicados, pecadores, enfermos, niños, paganos y mujeres. Precisamente aquellos que estaba considerados impuros y, por tanto, excluidos del círculo de santidad. Pero en el contexto de la comunidad mateana se percibe el conflicto producido entre los judeocristianos y paganos cristianos que confluyen en la misma comunidad. Era inaceptable que los recién conversos tuvieran el mismo trato de los que han pertenecido desde tiempos antiguos al pueblo elegido. Es claro que el encuentro entre judaísmo y cristianismo en el seno de una misma comunidad resultó bastante complicado. Así lo manifiestan otros escritos del nuevo testamento como la carta a los gálatas.
La parábola, narrada por Jesús, parte de un hecho real. El propietario representa a los terratenientes que a base de aranceles habían quitado las tierras a los campesinos. Así mismo, los desocupados eran los que lo habían perdido todo y se alquilaban por cualquier cosa para poder vivir. Por supuesto que había quienes siempre eran clientes fijos del propietario, es decir, aquellos a quienes siempre se les contrataba, y estaban los que iban apareciendo a última hora. La clave de la parábola no está en la actitud equitativa del patrón, pues el podría pagar como quisiera. Lo que llamó la atención a los oyentes es que haya preferido a los que no eran sus trabajadores (los de la última hora) sobre los que si lo eran (los de la primera hora). Situación incomprensible desde todo punto de vista.
El sistema religioso del tiempo de Jesús y de las primeras comunidades centraba la práctica religiosa en el mérito y la paga. La salvación se había convertido en un mercado de compra y venta. Jesús cuestiona a fondo esta mentalidad que tanto mal le ha hecho al pueblo. La salvación es don gratuito de Dios. Y la gracia tiene que ver con el amor misericordioso. Dios no maneja nuestros esquemas contables interesados y lucrativos. Para Dios, tanto los primeros como los últimos son objeto de su inmenso amor y misericordia.
Hoy tenemos que superar todo espíritu de competencia y codicia. Tenemos que superar sobre todo el «exclusivismo» que todavía late en el subconsciente cristiano: ya no lo decimos ni lo sostenemos, pero muchos lo siguen pensando: nosotros, nuestra religión, sería la única verdadera, y por tanto la superior, la definitiva, la insuperable, aquella a la que las demás religiones (¡y culturas!) deberán confluir... Si ya muchos han abandonado aquella visión veterotestamentaria de que «las naciones y los pueblos vendrán a adorar a Dios en Sión» -porque sociológicamente ya no parece previsible ni viable que el mundo vaya un día a ser todo él cristiano-, no dejamos de tener esa conciencia de «exclusivismo» cuando nuestras autoridades y jerarquías condenan autoritariamente y sin diálogo alguno opiniones sociales, criterios éticos, que se dan en distintas sociedades, apoyados en el convencimiento de que nuestra verdad es incuestionablemente superior a la de los demás, por principio, y que tendríamos derecho a imponerla en la sociedad (laica, aconfesional) sin necesidad siquiera de dialogar y convencer a la población... Es una actitud de complejo de superioridad que no tiene ninguna justificación.
La apertura a todos, el reconocimiento sincero de que no tenemos un «gratuito e inmerecido derecho de primogenitura», que no somos «los (únicos) elegidos», que los que hemos considerado tradicionalmente «últimos» (o en todo caso, posteriores a nosotros) no lo son, que Dios es «gratuito» y sin favoritismos... son asignaturas pendientes todavía para las Iglesias cristianas...
No cabe duda de que aceptar en profundidad el mensaje evangélico de hoy de que «los primeros serán los últimos», nos exige un cambio de mentalidad a fondo. También el pluralismo religioso y el diálogo intercultural hay que elencarlos entre esos grandes desafíos generados por el descubrimiento más profundo de la «gratuidad de Dios» que la parábola del evangelio de hoy vuelve a poner ante nuestros ojos.